Había llegado el día. Los chicos y chicas del Distrito 4 se acercaban a la plaza que rodeaba el Edificio de la Justicia, todo estaba a punto; el escenario estaba montado, las pantallas y los micrófonos estaban conectados a los grandes altavoces que rodeaban la plaza para que las palabras de Casper Cox, el responsable de la Cosecha, pudieran oírse des de cualquier rincón del distrito. Miraba a mi alrededor, había caras de todo tipo; de expectación, de nerviosismo e incluso para ser uno de los distritos profesionales también había caras de terror, la mía era una de esas. Me habían entrenado; sabía cómo matar, sabía cómo buscar comida, sabía cómo pasar desapercibida si era necesario, lo único que no sabía es si sabría hacer todo eso una vez en la Arena.
Casper Cox subió las escaleras que llevaban al escenario; llevaba una larga melena verde que le llegaba hasta la mitad de la espalda, y vestía con un elegante traje de un verde claro. Sonrió y dio paso al vídeo que relataba la guerra y la gran labor de los Agentes de la Paz y el Presidente Snow, tras algunos aplausos se dispuso a anunciar el primer tributo que defendería el distrito pesquero en los Septuagésimos Juegos del Hambre. Este año decidió empezar por los chicos. Se acercó a la urna y metió la mano hasta el fondo, revolvió un poco todas las taselas y finalmente sacó una.
-Y aquí tenemos al primer representante del Distrito 4: ¡Emer Relish!.-la gente aplaudió mientras un chico alto y delgado subió al escenario levantando las manos, victorioso.-Ahora es el turno de las damas.-Casper repitió el mismo procedimiento que antes.-Y nuestra valiente chica es: ¡Annie Cresta!.-el corazón me dio un vuelco, me quedé inmóvil, mirando la blanca sonrisa de Casper Cox, que me miraba fijamente, esperando algún tipo de reacción. Alguien me dio un toquecito en el hombro y empecé a andar hacia el escenario.-Parece que por fin podremos disfrutar de la compañía de Annie aquí arriba.-soltó Casper, logrando arrancar una leve carcajada entre el público. Subí las escaleras de forma mecánica, prácticamente no era dueña de mis actos.-Venga monada, no te quedes ahí parada-me susurró Casper. Logré sonreír levemente al público, aunque seguía paralizada.
La Hora de la Cosecha había terminado, y nos llevaron a Emer y a mí al interior del Edificio de la Justicia. Había visto a Emer antes, en las clases y en los entrenamientos, era dos años mayor que yo, y era bastante popular entre los jóvenes, aunque era algo bobo. Nos separaron en dos habitaciones distintas, era la hora de las despedidas. Me senté a esperarlas, en silencio. Un Agente de la Paz abrió la puerta y dejó entrar a mis padres.
-Tenéis cinco minutos ni uno más ni uno menos.-dicho esto cerró la puerta de un golpe.
Los dos me abrazaron y me besuquearon durante lo que a mí me parecieron unos escasos segundos.
-Vas a hacerlo bien Annie, confiamos en ti. Eres hábil y lista, puedes con todos ellos.-dijo mi padre mirándome a los ojos. Mi madre me acariciaba la cara y me agarraba la mano con su mano libre. Los miraba a los dos, pero era incapaz de decir nada, por mucho que quisiera.
El Agente de la Paz volvió a entrar, esta vez para llevárselos. Ya no había más visitas, así que Casper volvió a aparecer, esta vez para llevarnos al tren que nos llevaría al Capitolio, ahí nos prepararían y entrenarían con los demás tributos. Emer, parecía excitado ante a idea de entrar en la Arena, era algo que no lograba entender por más que quisiera. Nos sentamos en la mesa que había en el vagón-comedor, preparados para comer, aunque la verdad, no tenía mucha hambre.
-¿Dónde están los novatos?-dijo una voz algo castigada por los años. Era Mags, una de las primeras vencedoras del Distrito 4. Le acompañaba el inconfundible Finnick Odair, vencedor de los Juegos con tan solo 14 años. Me quedé mirando su encantadora sonrisa, hasta que me percaté de que todo el mundo me miraba a mí.
Durante la cena, nuestros mentores nos aconsejaron sobre como debíamos actuar durante los entrenamientos, como podríamos causar una buena impresión en las entrevistas, y como captar al número máximo de patrocinadores para tener más ayudas una vez en la Arena. Todas estas cosas pasaron sin pena ni gloria, conseguí obtener un 6 en las puntuaciones, y por suerte, logré defenderme con más o menos gracia ante la entrevista de Caesar Flickerman. Sin darme cuenta había llegado el día de entrar en la Arena. Me encontraba en la sala donde debíamos estar antes de entrar, inmóvil, mirando el pequeño tubo que me llevaría a la zona de combate. Oí como la puerta de la sala se abría, era Finnick, me dedicó una de sus sonrisas y se apresuró hacia mí.
-No debería estar aquí pero no hago nada malo, así que...-se encogió de hombros. Sonreí.-Es normal que estés asustada, yo también lo estaba, todos lo estamos antes de entrar, eso no te hace más débil, lo que te debilita es no creer en ti misma. Tú puedes con ellos Annie, estoy seguro.-me puso una mano en el hombro y volvió a sonreírme, yo hice lo mismo.-Tengo que irme antes de que se den cuenta que estoy aquí, estaré pendiente de vosotros.-me guiñó un ojo y salió de la sala.
Suspiré y me metí en el tubo, las puertas se cerraron detrás de mí y empezó a subir. Tan solo podía escuchar el latido de mi corazón que iba y venía. Al fin llegó a la Arena, los demás tributos permanecían inmóviles, concentrados. Miré a mí alrededor, Emer no estaba muy lejos de mí. Este año la Arena era un bosque no muy frondoso, a lo lejos se lograba escuchar lo que parecía ser un río. “Agua, eso es bueno...Creo”, pensé. Cinco segundos, ese era el tiempo que quedaba para el comienzo de los Septuagésimos Juegos del Hambre, sin duda esos fueron los cinco segundos más largos de mis quince años de vida. Y por fin sonó el pitido que daba comienzo a los Juegos, el pitido que daba paso a las primeras muertes. Sin pensármelo dos veces salí corriendo, tenía que resguardarme de la matanza inicial. Corrí como nunca antes lo había hecho, el aire estaba lleno del polvo que levantaba la lucha, casi no podía ver lo que tenía a dos metros delante de mí, alguien me dio un golpe que me hizo rodar por el suelo; era el cuerpo de una chica de unos trece años, tenía la cabeza abierta y su cara estaba cubierta de sangre. Tenía que salir de ahí si no quería terminar como ella, así que me levanté y estiré el brazo para coger una bolsa que estaba en el suelo para después salir pitando y resguardarme entre los árboles. No era un bosque especialmente frondoso pero serviría para resguardarme durante los primeros minutos de los Juegos. Si lograba encontrar un buen escondrijo tendría tiempo para pensar que estrategia sería la mejor. Los gritos que provenían de la Cornucopia cada vez quedaban más lejanos así que empecé a andar con más tranquilidad sin bajar la guardia, seguro que no había sido la única en huir del caos de la Cornucopia, en cualquier momento podía encontrarme con algún tributo dispuesto a matarme sin ningún miramiento. Abrí la bolsa que había cogido, en su interior encontré un cuchillo no mucho más grande que la palma de mi mano y un par de cuerdas. Las dos cosas me serían de utilidad, no tenía ninguna arma con la que defenderme o atacar, y con las cuerdas podría hacer una especie de red para atrapar a otros tributos. No era gran cosa, pero podría apañármelas al menos durante los primeros días, si lograba sobrevivir claro. Volví a guardar el material en la bolsa y seguí andando mientras pensaba que podía hacer; una de las opciones más tentadoras era la posibilidad de unirme a los tributos profesionales, sin duda eran los que sobrevivían más días en casi todas las ediciones los Juegos, pero ahora mismo no sabía donde se encontraban, y era peligroso volver hacia atrás para buscarlos...Definitivamente la opción de unirme a los profesionales quedaba prácticamente descartada. Lo mejor sería intentar sobrevivir en soledad, no era una mala opción, si encontraba comida y agua tendría más para mí y no tendría que estar pendiente de una posible traición, no sería la primera vez.
Llegué a un sitio tranquilo, estaba rodeado de matorrales así que me escondí entre los más grandes y abrí la bolsa de nuevo. Saqué las cuerdas y el cuchillo. Había visto ese tipo de cuerdas en los puertos del Distrito 4, eran gruesas porqué estaban compuestas de otras cuerdas más finas, de ese modos se hacían más resistentes. Los pescadores las utilizaban para capturar a peces de gran tamaño. Con cuatro cuerdas de ese tipo se podía tejer una red de un tamaño bastante considerable, desgraciadamente yo solo contaba con dos, y no muy largas. Aunque si lograba deshacer las cuerdas para sacar unas menos gruesas lograría tejer una red bastante decente. Prácticamente había crecido tejiendo redes, las mujeres de mi distrito se pasaban la vida tejiendo redes y limpiando y cocinando pescado. Sin pensármelo dos veces cogí el cuchillo para poder separar las pequeñas cuerdas que formaban la primera con más facilidad, no tardé mucho en deshacerla, la miré orgullosa, ahora tenía cuatro cuerdas finas, y cuando lograra separar las de la segunda cuerda ya serían ocho, las suficientes para tejer una red. Cogí la segunda cuerda para hacer con ella lo que había hecho con la primera pero tuve que parar, alguien se acercaba. Dejé las cuerdas a un lado y agarré el cuchillo con fuerza, seguramente no me había visto pero era mejor prevenir. Era un chico más o menos de mi edad, por el tono de su piel debía ser del Distrito 11, parecía asustado y cansado, lo más seguro es que lo estuvieran persiguiendo, no tardé mucho en averiguarlo. Pronto apareció un grupo de tributos, eran los profesionales y Emer estaba entre ellos. Dos de ellos estaban cubiertos de sangre de otros tributos y todos lucían unas repugnantes sonrisas de prepotencia, incluso mi compañero de distrito. El chico del 11 temblaba de pies a cabeza, mientras sujetaba una pequeña lanza entre sus manos. Los profesionales se miraron y rieron de nuevo. Una chica soltó una carcajada y avanzó unos pasos, cogió uno de los cuchillos que llevaba en un cinturón y lo lanzó hacia el chico, este logró esquivarlo usando su lanza, pero no pudo hacer lo mismo con los otros; uno se le clavó en la mano y el otro en el abdomen, el chico gritó de dolor y cayó al suelo de rodillas lamentándose. Emer avanzó hacia él y le clavó su espada en el pecho, atravesándole el corazón. Cerré los ojos y me tapé la boca para evitar chillar. Escuché como los profesionales se felicitaban entre ellos mientras se alejaban del sitio, mientras el cañón del tributo muerto resonaba entre los árboles. Recogí mis cosas y me alejé en dirección contraria, mantenía el cuchillo en mi mano, no iban a pillarme desprevenida. Empezaba a tener hambre y sed, el sol iba cayendo, pero era un ambiente muy húmedo, había agua cerca, pero era peligroso acercarse al río, estaba segura que había más de un tributo escondido por esa zona esperando a su próxima víctima, y esa no quería ser yo.
No estaba segura si podía llegar a matar del mismo modo que había hecho Emer. Los Juegos trataban de matar a los otros tributos, eso lo sabía, pero no me creía capaz de hacerlo de un modo tan frío como lo había hecho mi compañero de distrito. Sabía cómo matar a una persona, había recibido entrenamiento durante toda mi vida, pero ahora mismo dudaba que pudiera matar a alguien si no era en defensa propia. El sol había dado paso a la luna y cada vez era más difícil avanzar por la Arena, tenía suerte de que era un terreno bastante plano, de no ser así, probablemente ya hubiese caído por un barranco. El cielo de iluminó con el sello del Capitolio, era la hora de recordar a los tributos caídos en el primer día. No recordaba haber escuchado muchos, apenas unos cinco o seis cañonazos, algo raro ya que el primer día es cuando más muertes solía haber. Vi la chica que había caído sobre mí en la Cornucopia, era del Distrito 5, le siguieron los dos tributos del Distrito 12, el chico del Distrito 7, la chica del Distrito 3 y finalmente el chico del Distrito 11 que mató Emer. El sello del Capitolio cerró el recuento y dejó la Arena a oscuras otra vez. Tenía mucha hambre, me llevé la mano libre a las tripas, que cada vez sonaban más, seguí avanzando, no podía seguir tejiendo la red a oscuras, así que lo mejor que podía hacer era avanzar hasta encontrar un lugar seguro donde intentar dormir, tenía que hacerlo si no quería morir de muerte natural. Creía haber encontrado el lugar idóneo para descansar, pero algo llamó mi atención; algún tributo había encendido una hoguera y estaba cocinando, algo muy imprudente por su parte. Sabía que no debía acercarme, que podía ser una trampa, pero ahora mismo mi estómago era el que me hacía avanzar hacia la hoguera. Me adentré en los matorrales que había cerca y aparté unas ramas para poder ver bien. Había una pequeña hoguera en el centro de un claro, en ella había dos pequeños animales, supuse que se trataba de algún conejo o alguna ardilla sin mucha suerte. El olor de sus carnes tostándose lentamente en el fuego entró por mi nariz y me invadió por completo, cerré los ojos para disfrutarlo aún más, volví a abrirlos para comprobar si su propietario había hecho acto de presencia, pero no, el lugar seguía despierto. No podía más, la tentación iba aumentando a medida que pasaban los segundos, y el control sobre mi ser se esfumaba como un buen ejemplar de pescado a buen precio. Sin pensármelo dos veces salí de mi escondrijo con sigilo pero también con un paso ligero, tenía que ser rápida. Cuando las dos presas estaban al alcance de mi mano noté como algo me apretaba el pié y me subía hasta una rama que se encontraba a una altura mediana. Efectivamente era una trampa, había sido una ilusa pensando que alguien había dejado olvidado algo tan preciado en los Juegos como era la comida. Sujeté el cuchillo con fuerza y empecé a cortar la cuerda, no era nada fácil, estaba débil y la hoja del cuchillo no era muy grande, aún así no tiré la toalla, aún tenía tiempo, o eso creía porque su propietaria no tardó en aparecer con una sonrisa de oreja a oreja. Era la chica del Distrito 10, seguramente por eso no le había costado atrapar a sus presas. La miré con terror, me sacaba casi dos cabezas y llevaba consigo un arma más grande que mi pobre cuchillo. Alternaba mi mirada entre la cuerda y los ojos de la chica que cada vez se acercaba más. Ya faltaba poco para cortar la cuerda, así que cuando estuve segura de que podía romperse tiré de ella y caí al suelo de espaldas, me dolía el hombro, pero no había tiempo para lamentaciones, la chica se encontraba a menos de un metro de mí y blandía su arma con furia. Me levanté de inmediato, justo a tiempo para esquivar uno de sus golpes que sin lugar a dudas me hubiera partido por la mitad. La chica parecía furiosa y eso empeoraba las cosas. Retrocedí dos pasos hacia atrás, aunque era inútil, no tenía escapatoria, tenía que enfrentarme a ella. Tropecé con algo y caí al suelo de espaldas, casi sobre la hoguera, la chica levantó su arma sobre mí, dispuesta a rematarme de una vez por todas, tenía que pensar algo, y tenía que hacerlo ya. Miré la hoguera y sin dudarlo cogí uno de los troncos que estaba medio encendido y lo puse delante de mi rostro, cuando la chica estuvo lo suficientemente cerca, lo soplé y mande los pequeños trozos encendidos directamente a sus ojos. La chica grito y retrocedió hacia atrás, tropezándose y cayendo de culo, aproveché la ocasión para levantarme y hundirle mi cuchillo en la garganta. Cuando lo saqué la chica empezó a escupir sangre hasta que quedó sin fuerzas. Cogí su cuchillo largo y las presas y salí pitando de ahí, mientras el cañonazo resonaba por toda la Arena, lo había hecho, había matado mi primer tributo. Corrí hasta encontrar un buen lugar, me senté para recuperar el aliento, aún tenía parte de la cuerda atada al tobillo, me la quité y la dejé a un lado. Había tenido mucha suerte, definitivamente había sido una inútil. El hombro me dolía horrores, pero no tenía nada con que aliviar el dolor, así que intenté olvidarlo mientras comía las presas de la chica del 10. Estaban muy hechas pero no me podía quejar, había conseguido comida y una arma mejor que la que tenía, sin olvidar que había salvado el pellejo sin saber cómo. Cogí unas hojas de los matorrales y envolví la segunda presa, era mejor guardarla no sabía cuando podía volver a necesitar comida. No tenía mucho espacio para dormir, de hecho tendría que hacerlo sentada, pero al menos estaba escondida. Cerré la bolsa con las cuerdas y la segunda presa y me escondí el cuchillo pequeño en la bota, el otro lo agarré y cerré los ojos, tenía que estar descansada para afrontar el día de mañana.
El sonido de un cañonazo me despertó. Abrí los ojos sobresaltada y aparté algunas ramas para observar a mi alrededor, no había nadie, era el momento idóneo para continuar con mi red, así que saqué la cuerda gruesa y repetí el mismo procedimiento que había seguido con la primera. Esta vez no me interrumpieron y pude separarla con facilidad. Comencé a unir las cuerdas entre ellas, era bastante rápida tejiendo redes, había aprendido de las mejores, pero estaba claro que no iba a terminarla tan fácilmente, el hombro me daba pinchazos cada vez que apretaba los nudos y me obligaba a parar durante unos segundos. Escuché como algo caía sobe los matorrales, deje la red sobre mis rodillas y saqué el cuchillo pequeño, aunque no creía estar en peligro. Saqué media cabeza de mi escondrijo y vi un paracaídas plateado “¿Eso es para mí?” Bueno, era obvio, pero me sorprendía el hecho de que me hubieran enviado un paracaídas a mí. Lo cogí y volví a esconderme en mi refugio. Al abrirlo vi un botecito planteado con una nota, la abrí: “Recuerda lo que te dije; Cree en ti misma Annie”. Sonreí ampliamente, estaba claro que era de Finnick, me guardé la nota en la bota, no quería perderla. Cogí el bote, era un ungüento, supuse que era para mi hombro, así que me desabroché la camiseta y extendí la pomada por la zona resentida por la caída. Unos segundos después noté como el dolor desaparecía y los músculos se relajaban. Guardé el bote en la bolsa, no sabía cuando podía necesitarlo de nuevo. Estuve un rato más tejiendo la red, tenía casi la mitad hecha, pero debía moverme, si me quedaba todo el día ahí escondida me iban a encontrar tarde o temprano. Lo metí todo en la bolsa y salí de mi escondrijo, el sonido de otro cañón hizo que me sobresaltara, aún quedábamos 15 tributos en la Arena.
Volvía a tener hambre, pero debía guardarme comida, era mejor comer por la noche o por la tarde, era incapaz de dormir con el estómago vacío. Escuché otro cañonazo, parecía que hoy iban a haber más muertes que el primer día, hacía pocas horas que había amanecido y ya había dos tributos muertos, sin contar a la chica del Distrito 10. La verdad es que fue un día tranquilo para mi, incluso pude acercarme al río para beber un poco de agua. Empezaba a tener esperanzas, pero la suerte siempre puede volverse en tu contra en los Juegos del Hambre. La noche cayó, esta vez pude refugiarme en una pequeña cueva, tenía una entrada bastante estrecha así que tenía tiempo de defenderme si alguien quería atacarme. En el recuento de los tributos muertos aparecieron la chica del Distrito 10, el chico del Distrito 8, la chica del Distrito 11 y el chico del Distrito 6. Me comí la mitad del conejo y guardé el resto en la bolsa, estaba agotada y me encontraba en un lugar seguro así que me tumbé dejando el cuchillo largo a mi lado. Miré la nota de Finnick un par de veces antes de dormirme, de alguna manera me daba fuerzas.
Al abrir los ojos me di cuenta de que llevaba durmiendo muchas horas, el cielo ya estaba de un color anaranjado, me parecía increíble que no me hubiera pasado nada. Pronto iba a caer la noche, sería mejor que aprovechara las pocas horas de luz que me quedaban y terminara de tejer la red de una vez por todas, ni siquiera estaba segura de si iba a utilizarla, pero me hacía sentir segura, me hacía sentir en casa. Aún tuve tiempo de planear estrategias después de terminar de tejerla. Estaba claro que se me daba bien esconderme, pero hoy me terminaría la comida y tendría que salir a conseguir más si no quería morir de hambre. Como siempre, esperé a que el sello del Capitolio se proyectara en el cielo antes de empezar a comer, se había convertido en una costumbre. Esta vez no apareció ningún nombre, el tercer día había transcurrido sin ninguna muerte, algo extraño en los últimos años. Había podido descansar más de lo normal, así que después de comer la última porción de conejo decidí ejercitar mi cuerpo con abdominales y flexiones, tenía que mantenerme en forma. Tras unos cuantos ejercicios, caí rendida y me dormí en seguida.
No me lo podía creer, había sobrevivido tres días en los Juegos, y el cuarto día no iba nada mal. Había salido de la cueva con energías renovadas, me estaba acostumbrando a comer poco y había encontrado un tipo de árbol que almacenaba agua en el interior de sus ramas, así que me venía de perlas. Cada paso que daba, cada hora que pasaba, me sentía más segura de mi misma, el día de la Cosecha pensaba que iba a morir en la Cornucopia, pero había llegado al cuarto día y tenía buenas sensaciones, aunque no podía bajar la guardia ni un segundo. Me pareció escuchar una voz no muy lejos de mi posición, me agaché y me acerqué sigilosamente hacia el lugar de donde procedía. Eran los profesionales, al menos parte de ellos. Estaban en un claro rodeado de grandes árboles. Emer estaba con la chica del Distrito 2:
-Tienes que quedarte aquí Emer. Hace mucho rato que Bill, Connor y Rose se han ido en busca de comida, quizá han tenido algún problema por el camino...-comentó preocupada la chica.
-¿No pretenderás que me quede aquí solo verdad?.-comentó Emer abriendo los brazos de par en par.
-¿Qué? ¿Tienes miedo?.-rió la chica. Emer negó con la cabeza y lució los músculos de sus brazos.-Pues entonces quédate aquí, no tardaré, protege bien nuestras reservas, son lo único que nos queda por ahora.
Dicho esto la chica se fue corriendo en busca de sus compañeros (al menos hasta que tuvieran que matarse los unos a los otros). Emer suspiró y chutó una piedra que tenía cerca. Sería mejor irme antes de que me descubrieran, sería peligroso...Fue entonces cuando me fijé en la fruta que habían recogido, no les quedaba mucho, apenas dos manzanas y una pera. Era muy tentador. Miré a Emer, definitivamente no era el chico más inteligente que conocía. Miré a mí alrededor, a mi lado había un gran árbol, era viejo y en su tronco había un agujero suficientemente grande para que una persona de poco tamaño se escondiera en su interior. Tenía que intentarlo...Cogí una piedra que tenía cerca, y la lancé con todas mis fuerzas hacia la dirección contraría de la que miraba Emer. El ruido de los matorrales moviéndose por el impacto de la piedra lo alarmó.
-¿Quién anda ahí?.-preguntó agarrando su arma. Al ver que todo estaba tranquilo, volvió a girarse en otra dirección. Volví a repetir el mismo procedimiento, esta vez lancé la piedra a un matorral distinto, así daría la sensación de que había alguien moviéndose.-Ya está bien, sal de ahí, se que andas cerca.-el muy bobo se acercó a los espesos matorrales, olvidando por completo sus provisiones. En un movimiento rápido logré coger las frutas con el tiempo suficiente para esconderme en el tronco del árbol. El corazón me iba a mil por hora, aún no me creía lo que acababa de hacer.
Encontré un pequeño agujero que me permitía observar lo que pasaba en el claro, los otros profesionales se acercaban con las manos vacías. Uno de los chicos dio un golpe en el hombro al otro y señaló el lugar donde hace apenas unos segundos se encontraban sus últimas y escasas provisiones.
-¡Emer! ¿Dónde cojones están las frutas que había ahí?.-comentó enfadado el chico del Distrito 1. Emer que todavía seguía confundido por los extraños ruidos de los matorrales, corrió hacia ellos, con cara de pánico.
-Yo...Yo no me he movido de aquí lo juro. He estado vigilando todo el rato, nadie se ha acercado por aquí.-dijo nervioso.
-No seas mentiroso, si hubieras estado vigilando habrías visto como se llevaban la fruta.-la chica del Distrito 2 lo empujó con fuerza. Emer le devolvió el empujón sin pensárselo dos veces. El chico del Distrito 2 apareció para separarlos.
-Déjalo Amie, seguro que lo tenía todo planeado, seguro que se lo ha dado todo a la chica de su distrito, aún sigue viva. Dime Emer ¿me equivoco?
-¿Qué? Cla...claro que te equivocas Connor, yo estoy con vosotros, no he visto a Annie des de que entramos en la Arena. ¡También es mi comida, no se la voy a dar!
-¡Mientes!.-exclamó el tal Connor.-Mientes y vas a pagar por ellos ¿verdad chicos?.-miró a los demás profesionales, todos asintieron sin dudarlo. Empezaba a arrepentirme de haber robado la fruta.-Bill, sujétalo.-el chico avanzó hacia Emer con decisión, este intentó defenderse, pero Bill se deshizo de su arma en un abrir y cerrar de ojos. Lo inmovilizó con un movimiento rápido y lo acercó a Connor.-De rodillas.-indicó el chico, y así lo hico.
-¡¡No por favor...Os juro que no le he dado la comida, no sé qué ha pasado!!-suplicaba Emer. El corazón me iba a mil por hora, parte de mi me decía que tenía que ayudarlo, pero la otra parte me decía que si quería seguir viviendo debía quedarme en mi escondrijo.
Connor cogió un hacha y se acercó a Emer, que gritaba y se movía sin parar, aunque estaba claro que Bill era mucho más fuerte que él. Levantó su hacha al cielo y gritando con rabia la dirigió al cuello de Emer, pero la fuerza no fue suficiente para cortarle el cuello de un solo golpe, hicieron falta dos golpes más para acabar de cortarle la cabeza, lo más seguro es que lo hiciera aposta, tenía la suficiente fuera como para hacerlo a la primera. La cabeza de mi compañero de distrito rodó medio metro, y el cuerpo sin vida de Emer cayó al suelo, dejando el sonido del cañón detrás de sí. Los profesionales se fueron, aún maldiciendo a Emer. Yo me quedé parada, mi cuerpo no reaccionaba. Me quedé ahí, inmóvil hasta que los aparatos del Capitolio acudieron para recoger el cuerpo. Aún entonces seguí inmóvil, con la mirada fija en el lugar donde hacía apenas unos minutos se encontraba el cuerpo de Emer. Me sentía culpable por su muerte, de hecho, era totalmente culpable. Pasé horas en la misma posición, sin apenas moverme, pero tenía que hacerlo si no quería ser la próxima en morir, aunque ahora mismo creía que lo merecía. Seguro que todo el Distrito 4 lo creía, incluso Finnick y Mags, sobretodo ellos dos. Salí del tronco y empecé a andar a tropezones, tuve que recoger varias veces el cuchillo largo que llevaba en la mano, no tenía fuerza para sujetarlo, los gritos de terror de Emer resonaban en el interior de mi cabeza. Sin saber cómo, logré encontrar la cueva donde me había resguardado el día anterior, entre y dejé caer las cosas al suelo. Me senté y me hice un ovillo abrazándome las piernas con los brazos y apoyando la barbilla en las rodillas. Ni siquiera tenía hambre, tenía el estómago hecho un nudo. Si comía algo lo iba a vomitar al instante. Pronto oscureció, y el sello del Capitolio apareció de nuevo para recordarme la muerte de Emer, la única muerte del día. Me quedé mirando su foto. ¿Qué pensaría de mí su familia ahora mismo? Y si lograba sobrevivir ¿Podía mirar a la gente del Distrito 4 a los ojos? Lo dudaba mucho.
Me desperté en la misma posición, apenas había dormido un par de horas y no había comido nada aún. Tenía que hacerlo, tenía que obligarme a comer, aunque tan solo fuera media manzana. Abrí la bolsa con manos temblorosas y saque una manzana. La miré un buen rato antes de morderla, al hacerlo me produjo una fuerte arcada, pero me obligué a tragarme el trozo que estaba dentro de mi boca, y así hasta terminármela. Salí de la cueva y empecé a andar sin rumbo fijo, me apoyaba en los arboles para no caerme, y me tropezaba con cada una de las piedras que se cruzaban en mi camino. Arrastraba el cuchillo por el suelo, era una presa fácil ahora mismo. Escuché el ruido del agua cerca de mí, quizá era eso lo que necesitaba. Puse toda la atención que podía en encontrar el río. Tras andar y caerme unas cuantas veces logré llegar. Quizá era por mi estado, pero parecía que el río bajaba con mucha más fuerza que el día que me había acercado. Me arrodillé en el suelo, utilizando el cuchillo largo como punto de apoyo y me mojé la cara con abundante agua. Eso pareció espabilarme un poco, aunque la imagen y los gritos de la muerte de Emer seguían en mi cabeza.
-¡Ahí está! ¡Ahí tenemos a la sirena del Distrito 4!.-levanté la vista, eran los profesionales, estaban a la otra orilla del río. Sujeté la empuñadura del cuchillo con fuerza, aunque temblaba de arriba abajo.
Se disponían a cruzar el río pero algo llamó nuestra atención. Un seguido de cañonazos resonaron por toda la Arena, logré contar hasta seis en menos de dos minutos. ¿Qué estaba pasando? Los profesionales se miraron igual de extrañados que yo pero siguieron avanzando, hasta que logré percatarme de lo que pasaba. Los pájaros que estaban en los arboles huían en la misma dirección en la que corría el agua del río, que cada vez iba más deprisa, a su vez, su cabal también aumentaba. Dejé la espada y saqué la red de la bolsa y el cuchillo pequeño de mi bota, los profesionales me miraron y rieron sin parar. Estaba tensa, quizá me equivocaba, aunque mi experiencia con el agua me decía todo lo contrario. Por suerte mi instinto no me falló. Al horizonte se podía divisar una ola inmensa que se acercaba a nuestra posición a un ritmo cada vez más rápido. Empecé a correr hacía unas rocas con la red en la mano, tenía que encontrar un lugar donde sujetarme hasta que pasara la ola. Escuché los gritos de desesperación de los profesionales pero no podía mirar atrás. Encontré una roca de tamaño medio, ahí enganché la red y me preparé para utilizar todas mis fuerzas para agarrarme a ella. La ola cada vez estaba más y más cerca, arrancando arboles para abrirse paso. No tardó mucho en arroyar a los profesionales, que corrían inútilmente intentando burlar la fuerza del agua. Me sujeté con todas mis fuerzas y cogí aire, una gran masa de agua se abalanzó sobre mí. Me movía de un lado para otro mientras notaba como las cuerdas de la red se hacían cada vez más finas por culpa de la presión, rezaba para que aguantaran lo suficiente, luego tendría que apañármelas como fuera. Notaba como el aire que había cogido se estaba agotando, por suerte la fuerza del agua cada vez era más débil y pude volver a respirar con normalidad. La red se rompió y la corriente me arrastró unos metros, hasta que logré volver a sujetarme en una roca. Las manos me resbalaban y me hice un corte en toda la palma de la mano izquierda. Grité de dolor pero tenía que aguantar. Sonaron cuatro cañonazos más. Solo quedábamos cuatro. El agua se calmó, el cabal del río había aumentado al menos tres veces. Tenía el cuerpo lleno de moratones, había perdido los cuchillos y la bolsa, y mi mano continuaba sangrando. Continué nadando, vi como un tributo daba sus últimas brazadas antes de hundirse en el agua. Otro cañonazo. Solo quedábamos dos. Había sido una auténtica masacre, posiblemente provocada por el Capitolio. Tenía que aguantar, estaba a un paso de llegar a casa, de volver a ver como los pescadores lucían orgullosos sus capturas, de las charlas con mi madre paseando por la playa,...Pero el cansancio empezaba a apoderarse de mi cuerpo, estaba acostumbrada a nadar pero la fuerza del agua había sido demasiado para mí. Me paré un segundo a descansar mientras me sujetaba a la rama de un árbol caído. Escuché un chapoteo detrás de mí; era Rose, la chica del Distrito 1, era ella la otra superviviente. Me quedé mirándola, tal y como ella hacía conmigo, me sonrió prepotentemente, como había hecho al ver a Emer gritar desesperado antes de morir. Paró unos instantes antes de acercarse más a mí y justo cuando se disponía a hacerlo un árbol medio caído se precipitó sobre ella, golpeándola en la cabeza y hundiéndola en el agua. Minutos después sonaba el cañonazo que indicaba su muerte. Nadé un poco y subí a unas rocas que había cerca. Me senté sobre ellas, con la mirada perdida, no podía creerlo, había ganado los Septuagésimos Juegos del Hambre.
-Ciudadanos de Panem, ya tenemos vencedor para la septuagésima edición de nuestros Juegos del Hambre, con todos ustedes: ¡Annie Cresta del Distrito 4!.-los altavoces resonaron por toda la Arena, pero yo permanecía inmóvil, mi cara no reflejaba ninguna emoción, es más no me creía capaz de volver a mostrar ninguna emoción después de todo lo ocurrido. Solo quería salir de ahí.